jueves, 3 de abril de 2008

Arp desde sí mismo

Cuando fui a ver, para 1958, a Jean Arp, en Meudon (en las afueras de París), lo encontré trabajando febrilmente. Me hizo recorrer su taller, la planta baja, con sus esculturas, collages y relieves y el primer piso para mostrarme, entusiasta, las pinturas de su inolvidable Sophie Taueber.

Desde lo alto recuerdo que divisé un extenso jardín, sembrado de bronces, mármoles, yesos a los que la nieve daba un aspecto de mansedumbre, como replegándose con el frío, perdiendo alrededor.

Las formas de Arp no son la suplantación de un mundo irrompible, por otro más ensimismado. Son en puridad, una agradecida notación de signos, elementalmente significantes en su concreción. Su plástica y su poesía no son fortificaciones arpianas, sino una dilación de la visión de lo inconmensurable, a la que Arp, con fuerza de ley, puso un límite bien educado y sin riendas.

1 comentario:

Luciano Doti dijo...

Sí, el arte no reproduce al mundo sino que lo recrea, muchas veces recurriendo a un lenguaje simbolico.